lunes, 9 de noviembre de 2009
coñas varias
¿Soy la única habitante de este universo inexistente que se sigue a sí misma? Pues vaya coña
jueves, 15 de octubre de 2009
tiempo
Si hay alguien que sepa cómo hacer regresar el tiempo al momento en que surgió que lo diga (y que lo patente).
miércoles, 14 de octubre de 2009
Cada vez hay más adictos al tiempo pasado, que siempre fue mejor, excepto cuando era presente. El manriquismo actual tampoco es el de antes. No se llora por la lozanía corporal y las ilusiones perdidas. Lo que se lamenta con el puño cerrado por la ira, y para no soltar prenda ni propina ni en platillos de restaurante ni de pobres de pancarta, es lo que se pierde en la cuenta corriente. Temen que cualquier día los más críticos de la crisis asalten los hiper y quemen los bancos, herejes inconfesos de esta cruzada.
Ayer era más fácil que hoy pero menos que mañana creer en verdades universales como la que asegura que el dinero no da la felicidad. No la da. La historia del yogur lo confirma. Por menos de medio euro un yogur beatifica la necesidad imperiosa de apretarse el cinturón, además de actuar como corrector del dedo divino, al que se le fue la mano al crear unos Adán y Eva sumamente imperfectos. En el sacro paraíso digital el cuerpo se modelaba a base de manzanas, fruta sana pero peligrosamente expuesta a la traición. El yogur no engaña, lo importante no es sólo lo que se mete sino, sobre todo, lo que se saca. Los cuerpos se reconstruyen con lo que tiran. El yogur ha ennoblecido el elemental acto de esparcir abono ecológico sobre los campos del mundo.
Al principio ese cuerpo se llamó danone y era absolutamente masculino, único, un nuevo dios fuera de cuya iglesia audiovisual no había salvación, como demostraban los destartalados cuerpos que inundaban las calles, ajenos al seductor régimen de los bífidus activos. Hoy la democracia de la digestión ha reventado el ghetto y admite a más mujeres que hombres. Quizá se ha bajado el listón en banales cuestiones de apariencia, pero como compensación se potencia un proceso complejo y transcendente, que no sólo contribuye activamente a la mejora de la raza, sino que incide positivamente sobre la política de paridad y otras cualidades sociales. Fomenta, por ejemplo, la castidad: las chicas postdanone se abrochan alborozadas el cinturón que antes se desabrochaban vete a saber dónde, cómo, por qué, con quién y con cuánta dosis de alborozo.
El último regalo del yogur potencia directamente el intelecto a través de la lectura del periódico y recupera los valores de la tradición. El retrete vuelve a ser, fiel a su nombre y etimología, salón de retiro, meditación y lectura. Quien come mucho y lee fuerte no tiene miedo ni a la muerte ni a la hipoteca. Pronto se recuperará el estratégico clavo, que ahorrará más euros en la cesta de la compra, y, de paso, salvará algún árbol.
Cuesta más llegar a la paridad y al despertar intelectual en el sector de los humedales de fin de temporada vital. Los bebés son felices sequitos sequitos, ajenos a galimatías de género. Pero en el otro extremo de la cronología sólo Concha Velasco se seca la mala baba de los Orozco y los Marsó mostrando gozosa su contenida incontinencia. Los tíos que rompen reuniones para ir urgentemente al cuarto de al lado no tienen esa alegría.
Ayer era más fácil que hoy pero menos que mañana creer en verdades universales como la que asegura que el dinero no da la felicidad. No la da. La historia del yogur lo confirma. Por menos de medio euro un yogur beatifica la necesidad imperiosa de apretarse el cinturón, además de actuar como corrector del dedo divino, al que se le fue la mano al crear unos Adán y Eva sumamente imperfectos. En el sacro paraíso digital el cuerpo se modelaba a base de manzanas, fruta sana pero peligrosamente expuesta a la traición. El yogur no engaña, lo importante no es sólo lo que se mete sino, sobre todo, lo que se saca. Los cuerpos se reconstruyen con lo que tiran. El yogur ha ennoblecido el elemental acto de esparcir abono ecológico sobre los campos del mundo.
Al principio ese cuerpo se llamó danone y era absolutamente masculino, único, un nuevo dios fuera de cuya iglesia audiovisual no había salvación, como demostraban los destartalados cuerpos que inundaban las calles, ajenos al seductor régimen de los bífidus activos. Hoy la democracia de la digestión ha reventado el ghetto y admite a más mujeres que hombres. Quizá se ha bajado el listón en banales cuestiones de apariencia, pero como compensación se potencia un proceso complejo y transcendente, que no sólo contribuye activamente a la mejora de la raza, sino que incide positivamente sobre la política de paridad y otras cualidades sociales. Fomenta, por ejemplo, la castidad: las chicas postdanone se abrochan alborozadas el cinturón que antes se desabrochaban vete a saber dónde, cómo, por qué, con quién y con cuánta dosis de alborozo.
El último regalo del yogur potencia directamente el intelecto a través de la lectura del periódico y recupera los valores de la tradición. El retrete vuelve a ser, fiel a su nombre y etimología, salón de retiro, meditación y lectura. Quien come mucho y lee fuerte no tiene miedo ni a la muerte ni a la hipoteca. Pronto se recuperará el estratégico clavo, que ahorrará más euros en la cesta de la compra, y, de paso, salvará algún árbol.
Cuesta más llegar a la paridad y al despertar intelectual en el sector de los humedales de fin de temporada vital. Los bebés son felices sequitos sequitos, ajenos a galimatías de género. Pero en el otro extremo de la cronología sólo Concha Velasco se seca la mala baba de los Orozco y los Marsó mostrando gozosa su contenida incontinencia. Los tíos que rompen reuniones para ir urgentemente al cuarto de al lado no tienen esa alegría.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)